domingo, 15 de agosto de 2010

Cumbre!!!

La ascensión a la Sebas Tower



Desde la llegada a Pakistán no había otra cosa en mente: cada petate, cada porte de objetos varios para su fin, cada ilusión, tenían como fondo y meta esa torre virgen situada en la cadena montañosa del Masherbrum, en pleno Karakorum, cerquita del valle de Hushé.

Hushé es la cuna donde se meció esta ilusión, ahora convertida en realidad: una señora escalada.

Hace ya mucho tiempo, Sebastián Álvaro, en sus largos recorridos por el Karakorum, se había visto impresionado por esta aguja. Vista desde el valle de Hushé, es como un gran sombrero de bruja.
Después de llevar varios años en contacto directo con el pueblo de Hushé y con todas sus gentes, quién mejor que él para llevar este proyecto a cabo. 

Sebastián Álvaro, gran comunicador donde los haya y con más de 30 años de experiencia en toda clase de expediciones, está involucrado directamente con el pueblo de Hushé con el proyecto de cooperación de la ONG Sarrabastal. Una iniciativa que nació con un solo pensamiento: “si se quiere, se puede mejorar”.  En ello están desde el año 2000, curtiendo y dando mayor calidad de vida a estas gentes, con la mejora en la sanidad, en la agricultura y en la administración de fincas y de haceres.

Ya en el pueblo, entre sus gentes, se conocía a la aguja como la “Sebas Tower”. Así es como nos la dieron a conocer. Cada momento desde aquél día tuvo  como meta lo que terminó hoy con la llegada al campo base, después de casi 19 horas de intensa actividad alpinística en el sistema montañoso del Masherbrum. Una bella escalada culminada con la alegría y la pasión de unas chicas y su compañero de cordada, Simón Elías. Simón, gran conocedor del alpinismo en su modalidad más severa, pudo con éxito guiar a estas cordadas a la cumbre tan esperada, sin dejar de lado el sutil humor que le caracteriza. Humor puntero que deja a más de una sin habla o sin aire en los pulmones por la incesante carcajada.

Sebas Tower: “Cumbre monzónica, dedicada a Vanessa Addison”.

El día comenzó cuando todavía no había terminado. Eran las doce de la noche, y en las tiendas empezaba el movimiento de hornillos y cacerolas preparando té y papillas, que serían nuestra única ración de comida hasta llegado el regreso de la escalada. Ya llegó el día, el delicioso día.

Todas nosotras, una vez cargada la mochila a nuestras espaldas, comenzamos la travesía que nos obligaría a hacer uso de nuestras frontales e instintos gatunos durante largas horas de incesante actividad. Las dos cordadas avanzábamos a un ritmo tranquilo. Primero, por un corredor bien marcado, con su fin colgado en una hermosa cornisa. La noche no nos dejaba ver su fondo, pero nuestras miradas se centraban en el siguiente largo. Bloques sueltos y roca mojada hacían que se escuchara: “empieza la escalada”. Las dos cordadas avanzábamos por la cornisa de mixto. Poco a poco, la distancia recorrida aumentaba a un ritmo mayor del esperado.

La noche acompañaba y ayudaba a que el recorrido entre cornisa y cornisa fuera más agradable. La nieve, húmeda y apelmazada; la visión, la justa para permitir la progresión y no pensar en el vacío de los glaciares laterales. Los continuos desprendimientos hacían que las miradas de complicidad se entrelazaran entre nosotras, y una sonrisa picaresca con fondo dramático hacía que la risa apareciese incesantemente.

El amanecer aumentaba poco a poco la visión, y nos hacía conscientes de dónde nos encontrábamos. La situación empeoraba por momentos. La humedad se sentía en el ambiente. Una niebla espesa que no permitía todavía ver con claridad hacía que el ritmo fuera pausado hasta llegar a unos muros que indicaban la línea a seguir. Largo tras largo teníamos que pelear entre las malas condiciones atmosféricas y la precariedad del hielo picado. Tornillo tras tornillo continuaba el avance por un muro interminable del que pendían unos seracs espectaculares. 

Incesantes trozos de hielo y nieve caían constantemente sobre las alpinistas. Tras el muro final una cornisa indica que estamos ya casi en la cima. Como si de un caballo se tratara, una tras otras nos montábamos sobre ella para pasar al otro lado y poder seguir por una travesía lateral que llevaría a la cumbre.

Una cima del tamaño de una mesa de salón hacía que los movimientos fueran sumamente calculados. El tiempo empeoraba y la idea del descenso hacía que las maniobras fueran aceleradas. Los largos rápeles que nos llevarían nuevamente al campo uno empezaban. La aventura continuaba, pero esa es ya otra historia.

Patty Trespando