martes, 20 de julio de 2010

Ya hemos llegado a Skardu


Nuestro hotel está situado en la parte nueva de la ciudad, una extensión gigantesca de amplias avenidas con grupúsculos de edificaciones a uno y otro lado. Islamabad tiene una aburrida perfección soviética desde afuera pero al recorrer las manzanas de edificios a medio construir, con ventanas abiertas en midad de los muros a martillazos y los hierros de la próxima capa de hormigon despuntando desordenados hacia el exterior, se identifica ese fundamento improvisado de lo oriental. Pequeñas señales de que la vida es aquí una cosa fugaz y momentanea.
Al atardecer de nuestro primer día regateando con los tenderos de Rawalpindi nos sentamos en la recepción del hotel a tomar refrescos y aprovechar las últimas conexiones rápidas a Internet. Los camareros nos observan curiosos preguntándose probablemente qué encontramos durante tantas horas mirando a las pantallas de los ordenadores. Esta noche se celebra una gran boda en el hotel y gente de todas partes del mundo ha venido a la celebración. Algunos de los invitados llegan desde Estados Unidos o desde Alemania uniéndose otra vez en los acontecimientos familiares importantes. La familia, aunque de marcados rangos patriarcales, es un pilar fundamental de la sociedad pakistaní. Los asistentes van ricamente ataviados con sus chador de fiesta, las niñas llevan collares brillantes, los hombres pañuelos anaranjados y un grupo de músicos ameniza la llegada de una gran bandeja de ofrendas nupciales. El hall del hotel se ha llenado de fiesta y todo el mundo se abraza y se saluda con cariño entre el baile de los niños y los compases repetitivos de la música. Sólo cuando la bandeja, decorada con velas y capas de tela de diferentes colores, tiene que pasar por dentro del detector de metales recordamos de nuevo donde nos encontramos.
En la habitación de Miriam se ha colado una gran rata que corre escondiéndose debajo de la cama y las mesillas hasta que se cuela por un hueco entre las paredes y el tubo del aire acondicionado. Montamos guardia con una escoba a la puerta de la madriguera pero por fortuna no aparece la bestia. Yo estoy más asustado que Miriam y los camareros a los que he avisado me miran de reojo, oscultando mi falta de hombría.
A la hora de comer ya hemos recorrido 120 de los casi 800 kilómetros que nos separan de Skardu a través de la Karakorum Highway. Vamos en un minubus con todos los petates de escalada, los bidones repletos de parapentes y motores, un sistema de comunicación de datos vía satélite, 200 litros de gasolina de alta calidad, varias botellas de oxígeno y un par de bidones de nitro-metano. Viajamos en compañía del equipo de pilotos que nos grabarán desde el aire y que luego intentarán cruzar parte del Karakorum volando y caminando. También quieren cruzar el K2 en paramotor.
Las historias de estos tipos me hacen sudar las manos, pero al fin y al cabo nos dedicamos al mismo negocio en diferentes especialidades. Lo nuestro es un mercado de incertidumbre.
Los voladores debían haberse desviado en esta primera parte de la carretera para asistir a un festival de parapente y hacer una demostración. Al parecer y según voy escuchado en las largas horas de conversación en el minubus, estos tipos son expertos en acrobacias, en vuelos largos sobre lugares remotos, en travesías por encima del Atlántico, en majaradas varias dignas del barón de Muchhoussen. A pocos kilómetros de la concentración de parapente, un atentado suicida contra una mezquita ha dejado cinco muertos. Continuamos viaje.
Al llegar la noche debemos esperar más de una hora en un puesto de control policial cerca de Chillas. En esta zona no muy alejada de la frontera con Afganistán y a los pies de la cadena montañosa del Hindu Kush que separa los dos países y ofrece refugio a partidas de talibanes, el conflicto es constante. Dicen que en Chillas están los mejores torneros del mundo capaces de copiar las piezas de cualquier arma que sale al mercado en tan solo unos días. En Chillas es más fácil encontrar un  fusil semiautomático que una cerveza. Por la noche vemos algunas imágenes de Ramón y Thomas, grabadas el año anterior en la vertiente Diamir del Nanga Parbat, no muy lejos de donde nos encontramos. Las acrobacias y el paisaje son impresionantes pero mi atención se fija en un pequeño detalle: durante la aproximación, algunos de los porteadores arrastran junto a su carga oscuros AK-47.
Hemos atravesado Chillas sin incidentes y pese a que estamos agotados de viajar más de 15 horas cada día, el grupo va interactuando y ya nos comportamos como viejos camaradas. El miedo une. Alguien a conseguido conectar un MP3 al radiocasete del  vehículo y conseguimos librarnos de la repetitiva música local durante un rato. Hace un calor asfixiante pero el conductor no quiere poner el aire acondicionado, señala al techo y dice que llevamos mucho peso. Pienso en la gasolina a 45 grados de temperatura debajo de la lona, en el oxígeno dando golpes entre los asientos y en las garrafas de nitro-metano, no demasiado lejos de la continua humareda de los cigarrillos del conductor. En un momento una de sus colillas entra por una ventanilla lateral y la apagamos rápidamente sin grandes consecuencias. ¡Bang! Suena una explosión sorda y saltan al aire un puñado de cristales. Nos parapetamos con el corazón en la boca detrás de los asientos. El conductor ha mantenido la sangre fría y nos hemos librado por unos centímetros del precipicio. Abajo corre enfurecido y caudaloso, arrastrando toda la erosión de las montañas, el río Indo. Un par de cabezas asoman por detrás de los asientos y el copiloto, Khajil, visiblemente asustado hace unos segundos, comienza a reírse a carcajadas mientras sostiene en la mano varios pedazos de plástico. Un mechero que descansaba en el salpicadero ha explotado por el calor. Estamos todos un poco tensos.
La carretera está cortada por un desprendimiento. Aprovechamos la parada para bañarnos en una cascada y observar hipnotizados el abrupto paisaje.
Paredes y laderas de más de mil metros de desnivel se levantan por encima del cauce del río. Sobre ellas, como si fuese otro nivel de realidad, aparecen torres graníticas de todos los tamaños rodeadas de nieve. En el profundo tajo del río hay una tirolina de la que cuelga un hombre mientras sus compañeros lo empujan con una cuerda desde la otra orilla. Son buscadores de piedras preciosas, los hombres más duros del Karakorum, que pican a mano las betas blanquecinas de la roca en busca de gemas. Viven en cuevas que podemos distinguir a simple vista: su ropa tendida, los senderos entre vetas, los turbantes que llevan en la cabeza para protegerse del sol. Están a sólo unos metros de la carretera pero la vida nos separa miles de años.
Después de 32 horas sentados en la furgoneta alcanzamos el fértil valle de Skardu y el conductor ha puesto, por fin, el aire acondicionado. Hay gran cantidad de nieve en las montañas y el Indo se convierte aquí en un plácido lago de aguas oscuras en las que flotan pesados sedimentos. El Karakorum es la cantera del mundo, una gran planta de áridos que no descansa nunca desde los glaciares a 8000 metros hasta el delta del Indo en el océano Índico. Aquí nació la civilización indoeuropea, en estas montañas donde los hombres han estado golpeándose desde el inicio de la humanidad. Hanif y Hassan nos esperan en el hotel Concordia de Skardu, son nuestros amigos de Hushe con los que continuaremos la siguiente parte del viaje por carreteras aún más estrechas e inestables. Hassan me saluda desde la puerta del hotel y puedo ver el hueco de sus tres dedos amputados. El año pasado perdió el guante izquierdo bajando de la cumbre del Nanga Parbat. Había fijado cuerda y abierto huella para el intento de cumbre de la coreana Miss Goh cuando perdió un guante esperando a uno de los miembros de la expedición. Gente como Hassan son los verdaderos atletas del Karakorum. Son los que suben primero, los que fijan la cuerda, los que abren la huella, los que montan las tiendas, de los que no habla nadie y los que cobran sueldos miserables que no les dan ni para amputarse tres dedos.

Simón Elías

2 comentarios:

Alex García-Alonso dijo...

Hola,
un saludo desde Astún
y animar a Simón y a vosotras a que sigáis escribiendo, lo que veis, lo que planeáis, lo que descubrís, ...
Os deseo lo mejor en esa expedición y ojalá que muchos disfruten con vuestra compañía, al menos por internet.
Alex GA

Alex García-Alonso dijo...

Simon, que te recuperes bien y pronto !
Alex GA